Si el corazón no nos condena, tenemos confianza
delante de Dios, y recibimos todo lo que le pedimos porque obedecemos sus
mandamientos y hacemos lo que le agrada. 1 Juan 3:32...
Existe la tentación de pensar que la eliminación de las dudas consiste
simplemente en auto-sugestionarse, algo como lo que propone el llamado
“pensamiento positivo.” Como si el solo hecho de repetirse uno muchas veces en
la cabeza que algo va a salir bien fuera la fórmula para no dejarle espacio a
la duda, y de ese modo lograr lo que uno quiere… hasta trasladar montañas con
la mente.
Ese enfoque “mental” sobre la oración tiene mucho que ver con la
concentración, la sugestión y el cerebro pero tiene poco o nada que ver con la
Biblia. En la Sagrada Escritura, la duda está relacionada
fundamentalmente con la división. El que está dividido interiormente esta
condenado a fracasar, según lo recuerda expresamente un dicho de
Jesucristo: “Todo reino dividido contra sí mismo quedará asolado, y toda ciudad
o familia dividida contra sí misma no se mantendrá en pie” (Mateo 12,25)
Cuando Pedro da unos pocos pasos sobre el agua, se da cuenta del oleaje
y de la fuerza del viento, y entonces queda dividido, como si se dijera: “Dios
es poderoso pero este viento también es poderoso, y entonces, ¿qué será de mí?”
La división hace que dude, y la duda destruye su fe y hace que se hunda.
Cristo se apareció, ya resucitado, a sus discípulos. Nos enseña San
Lucas 24, 37-39: “Ellos, aterrorizados y asustados, pensaron que veían un
espíritu. Y El les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y por qué surgen dudas en
vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies, que soy yo mismo; palpadme y ved,
porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo.” Nuevamente
estamos ante un caso de división interior: se puede afirmar que es Jesús pero
también se puede afirmar que es un espíritu. Y la división hace que surjan
dudas en el corazón.
En la Sagrada Escritura, la duda está relacionada fundamentalmente con
la división. El que está dividido interiormente esta condenado a fracasar, Si la duda
viene de la división, la superación de la duda viene de un corazón consolidado,
o mejor: unido. “Que vuestro corazón sea todo para el Señor, nuestro
Dios, como lo es hoy, para seguir sus leyes y guardar sus mandamientos,”
exhorta 1 Reyes 8,61. El corazón encuentra su unidad cuando se reúne y se da
por completo a Dios, según el antiguo mandamiento: “Escucha, oh Israel, el
Señor es nuestro Dios, el Señor uno es. Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Deuteronomio 6,4-5)
¿Se pueden mover montañas? Sí, por supuesto. Aquel que está
unido al querer de Dios, y que siguiendo ese querer encuentre una montaña que
obstruye su camino, sin desprenderse de Dios, ore, y por supuesto que esa, y
todas las montañas, darán paso sencillamente porque todo obedece a Dios.
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